Sentir dolor en una antigua fractura, migrañas o cambios psicológicos son algunas de las consecuencias de las alteraciones meteorológicas.

Probablemente, todos aquellos que hayan sufrido alguna vez una lesión saben que, cuando cambia el tiempo, la herida vuelve a doler. “Me duele la cadera, eso es que va a llover” es una frase que, sobre todo, hemos escuchado a las generaciones más mayores. Quizá, por eso, nunca hemos parado a reparar en esta cuestión.
Pues bien, al parecer, las personas que padecen consecuencias a raíz de los cambios del tiempo son denominadas meteorosensibles. Ya en los años 80 figuraba en el archivo de la Agencia Española de Meteorología (Aemet) un documento que versa sobre el tema y que define al fenómeno como: “Población vulnerable a los cambios bruscos de temperatura, humedad y presión atmosférica“. No está muy claro cuánta gente en el mundo está afectada por esta dolencia, aunque el porcentaje que estiman los expertos ronda entre el 30% y el 50%.

De lo que sí se tiene constancia es de que los fenómenos meteorosensibles se llevan estudiando casi desde que el mundo es mundo. Bueno, más bien desde que la medicina es medicina. Hipócrates, considerado el padre de esta disciplina, en su tratado “Aires, aguas, lugares”, que data del 400 a. C., dejó por escrito: “Quien quiera que estudie medicina correctamente debe aprender de los siguientes temas. Primero debe considerar el efecto de cada una de las estaciones del año y las diferencias entre ellas. En segundo lugar, debe estudiar los vientos cálidos y fríos”.
Entre las dolencias meteorosensibles más destacadas se encuentra el mencionado dolor de huesos. Normalmente, ocurre cuando se avecina un frente con lluvias después de una temporada de tiempo seco y tiene relación con el aumento repentino de humedad en el ambiente. No hay un ningún estudio científico que haya conseguido demostrar que esto sea así, aunque en 2011, la Sociedad Gallega de Reumatología llegó a la conclusión de que, aunque el clima húmedo no provoca una mayor incidencia de las enfermedades reumáticas, sí que hace más perceptibles los síntomas de estás patologías a quienes las sufren.
Al parecer, convivimos en equilibrio con el clima local y, cuando éste cambia de forma brusca, se modifican todos los factores que intervienen en él, como la presión atmosférica. Sería ésta la culpable de la aparición de dolores, ya que es probable que sus variaciones provoquen que se expandan o contraigan los distintos tejidos de nuestro cuerpo y eso estimule de manera diferente a los distintos receptores encargados de transmitir los impulsos del dolor al cerebro, que serían más sensibles en zonas dañadas.