Amy Winehouse, dueña de una de las voces más memorables del soul contemporáneo, tuvo una vida donde el talento fue su principal arma, sin embargo, la vulnerabilidad y la presión mediática desmedida terminaron rompiéndola, y eso se evidenció en su última presentación, un concierto en Serbia, que fue el preludio de su final.

Amy Winehouse: talento y autodestrucción

Con apenas dos discos, Frank (2003) y Back to Black (2006), Amy Winehouse se consolidó como una de las artistas más influyentes de su generación. Dueña de un timbre crudo, honesto y conmovedor, era capaz de evocar las emociones más profundas con cada verso. Pero junto a ese prodigioso talento vino un torbellino de excesos, adicciones y una fama que la devoró desde adentro.

Desde el éxito masivo de Back to Black, Amy luchó contra una dependencia constante al alcohol y las sustancias. No pudo asistir a los Grammy en 2008 —donde ganó cinco estatuillas— por problemas legales vinculados a sus adicciones. Ese mismo año, un video suyo consumiendo sustancias fuertes dio la vuelta al mundo. Aun así, siguió presentándose en vivo, ofreciendo recitales erráticos, en los que tan pronto podía deslumbrar con su potencia vocal como tambalearse sobre el escenario, incapaz de completar una canción.

Los que la rodeaban, en especial su mánager Raye Cosbert y su padre Mitch Winehouse, fueron duramente criticados por priorizar los beneficios económicos sobre su salud mental y física. Mientras tanto, Amy Winehouse atravesaba un infierno personal, con un matrimonio tóxico y la presión de mantener una imagen que ya no correspondía a su estado emocional. Para 2009, era evidente que Amy ya no podía sostener el ritmo. Suspendía giras, cancelaba shows y se aferraba a relaciones dañinas, como la que tuvo con Blake Fielder-Civil, a quien dedicó su álbum más célebre.

En su último intento por encontrar paz, Amy se aisló en la isla de Santa Lucía. Allí dejó las sustancias, pero no el alcohol. Intentó reconstruirse, inició una nueva relación y hasta volvió brevemente a los escenarios. Sin embargo, la presión por lanzar nuevo material y volver a los tours no cesó. A comienzos de 2011, hizo presentaciones puntuales que dieron señales de mejora. Pero la gira europea que comenzó el 18 de junio en Belgrado sería el punto final de su tragedia.

El último concierto: un abismo frente a miles de espectadores

La presentación en Kalemegdan Park, Serbia, fue devastadora. Amy Winehouse, visiblemente alcoholizada, salió al escenario completamente desorientada. Comenzó con Just Friends, olvidando la letra y tambaleándose entre los músicos. Su voz, antaño poderosa, era apenas un susurro. No sabía cuándo debía entrar, y sus movimientos eran torpes. Los coristas, como pudieron, intentaron sostener la noche, pero el público comenzó a abuchearla desde los primeros minutos.

La escena se repitió con cada canción. En Some Unholy War, Amy ni siquiera pudo fingir: abrazada a sí misma, lloró desconsoladamente. El momento más desgarrador fue verla derrumbarse emocionalmente frente a miles de personas que antes la adoraban. En lugar de compasión, recibió insultos, chiflidos y desaprobación. Le siguieron Back to Black, You Know I’m No Good, Valerie y You’re Wondering Now, todas interpretadas de forma errática, entre silencios incómodos y frases apenas pronunciadas. Fue un espectáculo triste, el reflejo de una artista quebrada por dentro, forzada a dar más de lo que le quedaba.

El día siguiente, la gira fue cancelada oficialmente. Un comunicado genérico hablaba de la necesidad de que Amy “regresara a casa” para recuperar su salud. Pero era tarde. El daño estaba hecho. Tres días después, el 23 de julio de 2011, Amy Winehouse fue hallada muerta en su casa de Londres tras consumir una cantidad letal de alcohol. Tenía solo 27 años.

Un legado inmortal y una industria que nunca supo cuidarla

La tragedia de Amy Winehouse no reside únicamente en su muerte, sino en el abandono sistemático de una industria que la usó hasta agotarla. Su padre, su mánager, los promotores, los medios y un público ávido de escándalos, todos fueron partícipes de una maquinaria que ignoró sus súplicas silenciosas.

En 2010, parecía que Amy quería volver a empezar. Se internó para combatir su alcoholismo y planeaba un nuevo álbum. Pero la presión por regresar a los escenarios, un entorno que le resultaba insoportable tras el trauma de Back to Black, terminó por empujarla de nuevo al abismo. El show en Serbia fue su grito final: un acto de auto sabotaje tan evidente que parecía un pedido desesperado para que la dejaran en paz.

Amy Winehouse no fue simplemente una víctima de las sustancias ni una figura más del «Club de los 27». Fue una mujer con un talento arrollador, atrapada en un sistema que premia el sufrimiento mientras genera millones. A su manera, intentó encontrar paz, amor y un lugar donde pudiera ser ella misma sin tener que destruirse.

El último concierto de Amy Winehouse no fue solo una noche trágica en Serbia. Fue el final de una cuenta regresiva que duró años, alimentada por adicciones, relaciones destructivas y una industria que nunca supo detenerse. Pero más allá del desastre, su legado sigue vivo en cada nota que dejó grabada, en cada verso que escribió y en cada corazón que aún se estremece al escuchar su voz.

Referencia:

• Nine Celebrity/Freeze Frame: La actuación de 2011 que nadie podría haber imaginado que sería la última de Amy Winehouse. Link